Fernando VII fue llamado “el deseado” cuando inció su reinado el 4 de mayo de 1814, y “el felón” cuando falleció el 29 de septiembre de 1833.
Pero no es de él de quien hablaremos, si no de su cuarta y última esposa, que era una de sus sobrinas, Maria Cristina de Borbón-Dos Sicilias.
Paseando el domingo antes del vermut
Al momento de la boda, ella tenía 23 rozagantes años, mientras que él era ya un carcamal debilitado por los excesos y la gota de 45.Aun asi, el rey hizo lo que pudo por cumplir con sus deberes conyugales, y procrearon dos hijas, la futura Isabel II y la infanta María Luisa.
María Cristina y las dos princesas
Cuando Fernando falleció, la princesa de Asturias contaba únicamente con tres añitos, por lo que la regencia de su madre duró siete años, hasta la llegada del general Espartero.
Sin perder el tiempo, tras quedar viuda, se casó con un sargento de la Guardia de Corps llamado Agustín Fernando Muñoz y Sánchez; se trataba de un matrimonio morganático, por el cual podría perder sus derechos dinásticos, así que la solución fue mantenerlo en secreto. Secreto difícil de mantener, pues el tal Muñoz le dio nada menos que ocho hijos; por lo visto, las coplillas y chanzas iban de boca en boca por Madrid, y una de ella decía jocosamente: “Clamaban los liberales que la reina no paría, y parió más muñoces que liberales había”. De hecho, a él llegaron a llamarle en algunos círculos Fernando VIII.
No lo tuvo fácil en la época en que le tocó gobernar, ya que tuvo que hacer frente a una guerra carlista (los partidarios del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, que no aceptaban a una mujer como heredera del trono), crisis institucionales y económicas varias y una sublevación liberal, por la cual Espartero la obligó a exiliarse en París con su sargento y su numerosa prole. En la capital francesa iniciarían prósperos negocios de la más diversa índole (ferrocarriles, explotación de sal, de carbón, tráfico de esclavos, siderurgias…), que junto a todo lo que habían conseguido llevarse de la hacienda española a París, les permitió llevar una vida desahogada.
Aparte de sus negocios, doña María Cristina se dedicó también a conspirar contra el general Espartero, que continuaba como regente en Madrid., hasta su derrocamiento, regresando a España para nombrar a su hija mayor como Isabel II. A partir de ese momento, intentó por todos los medios influir en la política de la jovencísima reina (Isabel contaba sólo con trece años) y en los asuntos del estado. Incluso confabuló para restaurar la monarquía en Ecuador en la persona de uno de sus hijos con el sargento Muñoz, Agustín. Cuando ya estaba el plan bastante adelantado, el derrocamiento del presidente ecuatoriano, Juan José Flores, que estaba al corriente de todo y a favor de la coronación de Agustín I, rey de Ecuador, Perú y Bolivia dio con todo al traste.
La relación entre la reina Isabel y su madre fue deteriorándose con los años, y eso que por lo visto nunca estuvieron demasiado unidas en la infancia de la primera. Maria Cristina maniobró para que se casara con Francisco de Asís de Borbón, primo hermano de Isabel, matrimonio que fue un rotundo fracaso, como todo el mundo sabe y porqué. La reina madre afeaba a su hija sus devaneos sexuales con otros hombres de la corte, del ejército, del mundo de la música, de la nobleza… y trataba de meterse en todo lo que podía de los asuntos de estado.
Isabel II, ya reina y en edad de merecer
En 1854 fue expulsada de nuevo de España, tras el golpe de los liberales, para alivio de todos y sobre todo de la reina Isabel, falleciendo en Francia en 1878.
Conocida es la afición del pueblo español, y sobre todo el madrileño, en crear coplas, canciones, romanceros y rimas sobre sus dirigentes. Con un carácter tan autoritario y tan metomentodo, no es extraño que María Cristina tuviera varias en su honor, y la que más popular se hizo fue la que decía “Maria Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo, le sigo la corriente, porque no quiero que diga, que diga la gente: María Cristina me quiere gobernar.”
No está claro si se la cantaban las tropas carlistas a los liberales o viceversa, o si en realidad todos ellos se la cantaban al segundo marido de Maria Cristina, que parecía servir solo para apaciguar sus apetitos carnales, pero fue tan conocida que, traspasando fronteras, llegó a tierras americanas, y concretamente a Cuba, donde algunas décadas más tarde, se la cantaban los partidarios de la independencia cubana a otra María Cristina que ejercía de regente, esta vez María Cristina de Habsburgo, madre de Alfonso XIII y que ejerció la regencia hasta su mayoría de edad. En ese transcurso de tiempo, se perdió Filipinas y Cuba en 1898.
Tan popular era la tonadilla, que en los años treinta del siglo XX seguía siendo un éxito en clubes y locales de La Habana. En España hizo furor en 1951 en la voz del cantante José de Aguilar (Tomelloso, 1925 – Madrid, 2000), que también crearía los himnos del Real Madrid y del Atlético de Madrid, y que hoy día está bastante olvidado.
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Y como colofón, una anécdota de nuestra regente favorita de todos los tiempos, María Cristina, la original, la buena, la mandona: cuando su marido el rey Fernando VII se hallaba ya muy grave en el lecho del dolor, acudió ella como buena esposa que era, aunque después de retozar con su entonces amante, el tal sargento Muñoz. Iba acompañada de su dama de compañía, que, conocedora de tal triángulo amoroso, le preguntó si no había salido perdiendo con el cambio, pues conocido era en toda la nación que su majestad tenía macrosomía, una deformidad genital que le proporcionó un miembro viril de considerable tamaño. María Cristina le respondió que para nada, que Muñoz también “tenía un buen trancazo”. Lo malo es que no tuvieron la precaución de hablar en un tono lo suficientemente bajo, y Fernando oyó estas últimas palabras. Al preguntarle a su esposa de qué “trancazo” hablaba, esta dijo, tan fresca, que es así como en Tarancón, localidad natal del sargento bien dotado, llamaban a los resfriados. Le preguntó al médico real, que se hallaba presente, y este, sin atreverse a dejar a la reina como una mentirosa y una adúltera, respondió que si.
De esta manera, el término trancazo sigue usándose como sinónimo de resfriado o gripe.
Felipe VII, María Cristina y el de la tranca, todos tan amigos
haría buena pareja con Rasputín 
