A finales de noviembre, con toda la alegría del mundo, descubrí una serie llamada Les revenants. Francesa, producida y emitida por Canal+, respaldada por una buena promoción y con un punto de partida de lo más interesante: ¿qué pasa cuando los muertos regresan sin ganas de comerse a los vivos? Enmarcada inevitablemente dentro del fenómeno revival que vive lo zombi a raíz del boom The Walking Dead, Les revenants parecía huir del gore para refugiarse en lo social, en lo cotidiano, en lo real, haciéndose preguntas lógicas sin obviar, claro, su planteamiento fantástico; al fin y al cabo, es una serie donde los muertos (algunos) vuelven a la vida. Pero ellos ni tan solo saben que han muerto, y por tanto su comportamiento es exactamente el mismo que el del día en que fallecieron. Así las cosas, y en el contexto de un pueblo de montaña relativamente aislado, ¿cómo se encaja el golpe? ¿Qué sienten las familias al ver regresar a sus series queridos, pero ya perdidos? ¿Cómo es el mundo cuando hasta estado 35 años sin verlo? ¿Qué se siente al saber no sólo que ya nadie te espera, sino que seguramente ni te quieren? Con materia prima para un drama psicológico de tomo y lomo, Les revenants arranca de manera notable; para cuando hemos devorado los ocho capítulos, echamos de menos los mordiscos de los zombis, la sangre desparramada por el suelo o, al menos, la propuesta original (lo social, lo cotidiano, lo real). En cambio, nos han servido un menú en el que lo fantástico crece por momentos y en el que, encima, nos quedamos sin postre. Dicen que esperemos a 2014, que vendrá con la segunda temporada…
Gato por liebre. Es la sensación que me queda, el resumen más breve y conciso que puedo hacer después de ver los ocho capítulos de la primera temporada de Les revenants. Consumí la serie en tres tandas: una con los dos primeros episodios, que me sedujeron; otra con los tres siguientes, que me empezaron a incomodar; y una última con los tres del supuesto desenlace, que terminaron por hacer que coloque la serie en el cajón de, parafraseando a Los Piratas, las promesas que no valen nada.
Porque Les revenants prometía, o al menos así me lo tomé yo. Su frase promocional rezaba lo siguiente: “El pasado ha decidido salir a la superficie”. Asomaba una historia de reencuentros amargos, una serie de historias más bien en las que los retornados, los que volvían de la muerte, se encontraban con un mundo, unas familias, unas relaciones, una realidad… que ya no contaba con ellos para nada. La idea de revivir el duelo por el familiar o amigo perdido, el proceso de encajar tan brutal noticia, he ahí lo interesante. He ahí lo que la serie quizá debería haber tomado como arco argumental principal. Y, sin embargo, rápidamente lo abandona. Repasemos. Hay cuatro revenants principales: Camille, la preadolescente fallecida en un accidente de autocar; Simon, el novio a la fuga (y qué fuga); Serge, el asesino asesinado por su propio hermano; y Victor, el niño que nunca debió salir de ese armario. Las únicas confrontaciones interesantes son las dos primeras, pero si añadimos realismo a la fórmula, nos quedamos ya solamente con Camille. La llegada de la niña a casa está muy lograda. Su madre está sola en ese momento y lo primero que se le activa al ver a su hija hablar y respirar de nuevo es el miedo, pero enseguida llega la esperanza, la fe y, salvando las distancias, la alegría. Sin embargo, para Lena, la hermana mayor, la gemela ya no tan gemela, las cosas son casi opuestas: no hay nada bueno en la vuelta de Camille. Solo hurgar en heridas que estaban torpemente cicatrizadas, pero no curadas del todo.
La vuelta del resto de personajes está menos lograda. La historia de Simon tiene mucha miga, pero se queda enquistada en la mala química entre los actores, y en unos guiones ventajistas que no hacen preguntas, que no abordan la realidad como deberían. Que no cogen el toro por los cuernos. Gran parte de la culpa, de la mala evolución de la historia de Simon y de la resolución de la primera temporada, la tiene el papel de la policía. Más allá de las implicaciones personales de Thomas, el capitán, lo cierto es que los gendarmes actúan de manera ineficaz cuando el asunto de los revenants todavía es secreto, y de manera irresponsable cuando estos se desmadran. ¿Acaso viven tan aislados como para no pedir refuerzos? ¿Acaso no recurren a la fuerza demasiado tarde?
La historia de Serge y Toni, los hermanos, tampoco luce especialmente, aunque quizá es la que tiene menos defectos… exceptuando la trama del secuestro de Lena, absolutamente inverosímil, aunque eso es más culpa de ella que de Serge. Finalmente, Victor. Para mí, parábola clara de los errores cometidos por la serie: ambos deberían haber seguido mudos y no enzarzarse en una espiral de ciencia-ficción que se corona en esa cómica huida hacia la casa-refugio de La Main Tendue, donde el ejército de retornados (estos, curiosamente, prefieren agolparse cual zombis clásicos en lugar de buscar a sus familias) llega capitaneado por una Lucy en modo deus ex machina que surge oportunamente para ponerle una cara bonita (cual Anna de V de los revenants), que no sentido, al caos.
Podría seguir sacándole los colores a la serie, hablando del pésimo, horrible uso del silencio que hace en muchas ocasiones (soy muy fan de esa Claire anclada en la cocina, inoperante ante la rebelión hormonal de su pequeña, que entra y sale a su gusto de casa para hartarse a chupitos), o de las lagunas que presenta el guión, con Julie y su emperramiento en adopción infantil fraudulenta a la cabeza (cómo lamento la muerte de Mademoiselle Payet, la supervecina…) pero quizá es momento de escribir algo bueno, que también lo hay. Lo mejor, sin duda, el punto de partida que ya he explicado, y que da para algo grande (¿lo conseguirá el remake USA de Paul Abbott?). Logradísimas están la fotografía y la ambientación de la serie, esa atmósfera fría y pesada, sombría, a la que colaboran la existencia (al menos aparente) de un solo bar, la sensación de control absoluto de las cámaras, el túnel del terror, la imponente y oprimente presa… También el ritmo lento: creo que la serie lo requiere. Mención aparte merecen los escoceses Mogwai, cuya música viste a la perfección los momentos tensos. Pese a todo, las comparaciones con Twin Peaks, que las he leído, son bastante sonrojantes: ni Les revenants puede presentar la galería de personajes de la serie de Lynch, ni su influencia sobre todo lo que vendrá es comparable. Y, obviamente, lo que hizo Angelo Badalamenti es difícilmente superable…
Les revenants adolece no de malos actores, sino de una mala dirección de actores que combinada con el empobrecimiento progresivo de los guiones consiguió que al menos yo les acabase cogiendo manía a casi todos, porque casi todos pierden la lógica. Que ninguno de ellos, en ningún momento, haga las maletas y se largue del pueblo es absolutamente injsutificable. Las historias de zombis presumen en estos tiempos de usar a los muertos vivientes como excusa para husmear en los dramas y miserias humanos, y lo aplaudo. El cómic de The Walking Dead es un muy buen ejemplo, porque explora con acierto los límites de crueldad al teórico servicio de la supervivencia que puede llegar a alcanzar el ser humano; la serie de AMC ha logrado en algunos momentos acercarnos a eso. Les revenants, por contra, fracasa porque enseguida pasa de lo humano a lo sobrenatural. Camille y Simon se zombifican, Victor provoca suicidios. Al final tenemos un cliffhanger (recurso bien usado durante toda la temporada, por cierto) basado en la confrontación que llega demasiado tarde: aceptamos que no haya explicación, pero es que tampoco la crisis genera un conflicto visible hasta el último minuto. De propina, el recurso del niño híbrido engendrado por Adèle y Simon.
Adorada por la crítica, apoyadísima por la audiencia, Les revenants volverá en 2014 con una segunda temporada en la que yo obviamente espero respuestas, pero a la que en realidad pido más coherencia y, sobre todo, mejores nudo y desenlace. Que no solo de planteamiento deberían vivir las series…