En esta edición escribí sobre un obrero nocturno en el tejado de Notre Dame que se imagina que las gárgolas cobran vida. Después del incendio del otro día me acordé de este relato.
Turno de noche
Medianoche en París. La luna y las estrellas duermen bajo el manto de nubes. Oscuridad. El viento que sube del Sena rasga el silencio.
Muy pocos lo saben, pero yo siempre los veo. O mejor dicho, ellos siempre me ven a mí. Detrás de los párpados de piedra esos ojos me ven, sí. Me los imagino rojos y centelleantes. Al acecho. Y luego una garra que lucha por separarse del muro y atacar, matar.
La campanada de las doce y media me saca de mi fantasía para recordarme que el trabajo debe estar listo antes de que al amanecer empiecen a llegar los turistas.