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Memorias de un leprechaun ©2014 [Prólogo inside]

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por Cristiona O'Hara » Mié, 24 Dic 2014, 20:52:23

Os presento mi novela on-line que estoy escribiendo en Wattpad. Lo pongo hoy porque

¡¡ES NOCHEBUENA!!

PORTADA:

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RESUMEN:

¿Qué pasaría si tu vida y tu ciudad cambiaran de la noche a la mañana? Eso fue lo que sucedió un frío día de Navidad en Ciudad Central. Junto con la ciudad, la vida del agente de policía Glenn O'Hara queda truncada por un inesperado accidente que le deja serias secuelas.

Después del desastre natural la pacifica ciudad se ve sacudida por un peligro mayor. Empieza una lucha desesperada por descubrir la verdad y el tiempo juega en contra de los agentes. ¿Quién ganará la partida?

COPYRIGHT:

©2014 por Cristiona Schumacher. Todos los derechos reservados.
SafeCreative licence (101203799195)

PRÓLOGO:

La música sonaba por toda la estancia, el sonido rebotaba por las paredes de mi ático mientras preparaba la suculenta cena de Nochebuena: de primero, un entremés con jamón serrano, queso, lomo “embuchado”, ensaladilla rusa y espárragos bautizados con la mayonesa que me iba a sobrar. De segundo, un poco de marisco —almejas, mejillones, gambas…— que le había comprado a un pescador por poco dinero, ventajas de vivir en un barrio naval.

Eché un vistazo al techo y reí; viendo cómo la lámpara bailaba al son del Black Friday Rule de los Flogging Molly. La casa danzaba con la melodía y la cristalería emitía un tintineo parecido al de una campanita. Me acerqué a la minicadena y subí una décima más el volumen. Sentía el movimiento por todo mi cuerpo, aquella canción era bestial.

Fui deprisa hacia la cocina, donde agarré una botella que se movía hacia el borde de la encimera. Poco a poco el tintineo de las copas cesó y la lámpara dejó de bailar justo cuando la canción acabó. Idiota. Aunque parecía tranquilo suspiré aliviado. El interfono sonó y le di al botón. Me puse la chaqueta y me tomé un momento para mirarme al espejo.

Sonreí al pensar en que hace cinco años tenía un pelazo y ahora sólo quedaba un solar, como dice un compañero de desgracias: lo que no te quita la alopecia te lo quita la quimioterapia. Mi cuerpo cada vez estaba más escuálido y posiblemente no llegaría a los sesenta kilos. Hacía tiempo que la báscula pasó de mí y yo de ella.

Sin más dilación abrí la puerta. Era mi compañero de patrulla. Su nombre era Getxa y sus apellidos eran Etxeberria Izara, era un vasco-francés nacido en Bayona pero con residencia en Irún. Tenía veintiséis años, los ojos eran de un azul oscuro y el pelo rubio. Era muy alto, posiblemente llegaba al metro noventa y tenía constitución de atleta, brazos y piernas de atleta. Su mote en la comisaría era simplemente "Vasco”.

—Ese ascensor es rapidísimo, trece pisos en dos segundos —silbó alegre.
—No te quedes ahí, pasa.
— ¿Cierro?
—Déjala abierta, Patrick estará a punto de llegar. —Dije.

Era costumbre no cerrar la puerta cuando esperas a alguien, raro para una ciudad de tres millones de habitantes, pero por aquí los chorizos eran barras de carne adobada y curada.

En media hora llegó mi querido concuñado, o sea, el hermano de la mujer de mi hermana Ann. Su nombre era PatrickMcDonelli, y era de Dundalk, tenía veintitrés años, era pelirrojo natural y delgado como un papel. Era conocido por todos como “el Sangres”. Éste se había quedado solo por navidad y solamente me tenía a mí en la ciudad.

Pusimos la televisión, apareció el presidente del Gobierno que estaba dando el discurso de Nochebuena. A un lado de la pantalla se veía un mapa del país de donde brotaban pequeñas bolitas rojas. Pronto cambiaron el discurso por una retransmisión en directo desde el Ayuntamiento. Al lado del Alcalde estaban dos chicos con gafas y papeles en mano. Resumiendo, nos contó que había bastante actividad volcánica bajo nuestros pies. ¡Menuda novedad!

Sí, sé que todavía no he hablado de esta ciudad tan bonita pero tan peligrosa. Esta gran urbe se llama Ciudad Central, está en un país llamado Terra Da Lume que en gallego significa Tierra de Fuego. Seguro que pensareis “¿dónde demonios está eso?” Sí, a eso voy ahora. Terra Da Lume está en el Sexto Continente llamado Gorm Domhan, o sea, “Tierra Azul” en irlandés. Es un continente a cien kilómetros de la costa japonesa y está debajo de la península de Kamchatka. La ciudad se divide en dos mitades, la zona norte —que está fuera del agua— en la que viven cerca de dos millones de personas, y la zona sur —una isla al estilo de Manhattan— que tiene un millón doscientos mil habitantes.

En la zona norte destaca un barrio en el que se come de muerte: Little Spain, un barrio precioso que, por desgracias de la vida, sigue creciendo por culpa de la crisis económica que está barriendo Europa. En esta zona es donde se hallan los mejores cines, teatros y restaurantes de la ciudad. En la parte sur sólo hay dos barrios masivamente poblados llamados Little Italy e Irish Port. En el primero vive toda la población procedente de Italia y en el segundo vivimos los irlandeses —del norte y del sur—. Algunos de los edificios de Irish Port quedan a escasos metros del mar.

El Norte está rodeado de montañas en las que la nieve se empieza a derretir a finales de mayo y toda la gente se maravilla cuando pone los pies en el suelo, en verano ardiente por culpa de los volcanes subterráneos. Tiene un clima inexplicable, por la mañana nos podemos despertar con un sol espectacular pero por la tarde tenemos que abrir los paraguas, o en invierno nieva al nivel del mar.

Como habéis leído tenemos un volcán bajo nuestros pies que, junto a la placa de Japón y el cinturón de fuego del Pacífico, nos tiene temblando todo el día. Una vez, tembló desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche ininterrumpidamente. Era una especie de paraíso sísmico, un tesoro para los geólogos y tres veces más sísmico que Japón o Chile, y ya es decir. O te acostumbras o mueres de un infarto el primer día.

A las nueve y media los chicos se sentaron a la mesa mientras yo calentaba el marisco. Les serví los entremeses y cuando volví a la mesa con el resto de la cena habían tenido la decencia de esperarme, no habían tocado ni un trozo de jamón.

En la cena hubo risas y cantamos villancicos. Nos bebimos dos botellas de cava español que había traído Getxa. Acabamos con el postre y nos pusimos a cantar en el karaoke que tenía guardado en el trastero. Todavía no estábamos borrachos, así que cogimos un par de Guinness y seguimos cantando hasta bien entrada la medianoche. Después del karaoke nos fuimos a mi habitación a jugar a la Wii; con todo lo que saltábamos pensé que se partiría el suelo, pero no fue precisamente eso lo que se partió.

Una y cuarto de la noche y nosotros todavía seguíamos jugando. Oímos una especie de rugido a lo lejos. Pronto volvimos a la calma y seguimos jugando pero justo cuando volvió a saltar el vasco se fue la luz, y nos cagamos en todo.

— ¿Qué coño está pasando en este puto barrio hoy? —comenté enfadado.

Nuestros móviles sonaron al unísono, otro gran rugido sonó, esta vez bajo nuestros pies y nos levantamos del susto, como impulsados por un muelle. Un potente chirrido penetró en nuestros oídos y el perro del vecino ladró como si estuviera poseído por un demonio que sólo él podía ver. Getxa se puso nervioso y empezó a respirar fuertemente mirando la pantalla de su móvil con los ojos como platos.

—No pasa nada, volverá la luz enseguida. —Intenté calmarle sin éxito.
—Cierra el puto pico y mira el móvil. —Contestó con los ojos clavados en el teléfono.

Lo cogí de la cama y miré la alerta. Al ver nuestras caras, Patrick se puso tenso.

— ¿Qué demonios pasa? Me he olvidado el maldito móvil en casa.
—Dios, vámonos. —Dije casi sin aliento.

Estando de pie sentimos una vibración debajo de nosotros y todo se movió hacia la izquierda, la televisión titubeó y estuvo a punto de caer pero, gracias a otra sacudida, esta vez hacia la derecha, la puso en su sitio. Al salir al pasillo oí mucho jaleo en la cocina, toda la cristalería estaba cayendo al suelo estrepitosamente.

Era un caso de los de “vamos a morir todos”. Corrimos por el salón sorteando las cosas que caían. Al cerrar la puerta pude oír como el gran armario que contenía la televisión había caído al suelo regando todo de deuvedés, cedés y libros.

Un gran temblor casi nos hizo caer por las escaleras, mientras la gente salía de sus pisos con sus mejores trajes de gala y algunos llorando del miedo. El terremoto paró un momento para volver más fuerte, así que bajamos más rápido. Cuando llegamos al sexto piso el bicho cesó para siempre, pero seguimos bajando hasta llegar al parque que teníamos al lado. Miré el móvil una vez más.

El mensaje de advertencia rezaba: siete con cinco.
La música sonaba por toda la estancia, el sonido rebotaba por las paredes de mi ático mientras preparaba la suculenta cena de Nochebuena: de primero, un entremés con jamón serrano, queso, lomo “embuchado”, ensaladilla rusa y espárragos bautizados con la mayonesa que me iba a sobrar. De segundo, un poco de marisco —almejas, mejillones, gambas…— que le había comprado a un pescador por poco dinero, ventajas de vivir en un barrio naval.

Eché un vistazo al techo y reí; viendo cómo la lámpara bailaba al son del Black Friday Rule de los Flogging Molly. La casa danzaba con la melodía y la cristalería emitía un tintineo parecido al de una campanita. Me acerqué a la minicadena y subí una décima más el volumen. Sentía el movimiento por todo mi cuerpo, aquella canción era bestial.

Fui deprisa hacia la cocina, donde agarré una botella que se movía hacia el borde de la encimera. Poco a poco el tintineo de las copas cesó y la lámpara dejó de bailar justo cuando la canción acabó. Idiota. Aunque parecía tranquilo suspiré aliviado. El interfono sonó y le di al botón. Me puse la chaqueta y me tomé un momento para mirarme al espejo.

Sonreí al pensar en que hace cinco años tenía un pelazo y ahora sólo quedaba un solar, como dice un compañero de desgracias: lo que no te quita la alopecia te lo quita la quimioterapia. Mi cuerpo cada vez estaba más escuálido y posiblemente no llegaría a los sesenta kilos. Hacía tiempo que la báscula pasó de mí y yo de ella.

Sin más dilación abrí la puerta. Era mi compañero de patrulla. Su nombre era Getxa y sus apellidos eran Etxeberria Izara, era un vasco-francés nacido en Bayona pero con residencia en Irún. Tenía veintiséis años, los ojos eran de un azul oscuro y el pelo rubio. Era muy alto, posiblemente llegaba al metro noventa y tenía constitución de atleta, brazos y piernas de atleta. Su mote en la comisaría era simplemente "Vasco”.

—Ese ascensor es rapidísimo, trece pisos en dos segundos —silbó alegre.
—No te quedes ahí, pasa.
— ¿Cierro?
—Déjala abierta, Patrick estará a punto de llegar. —Dije.

Era costumbre no cerrar la puerta cuando esperas a alguien, raro para una ciudad de tres millones de habitantes, pero por aquí los chorizos eran barras de carne adobada y curada.

En media hora llegó mi querido concuñado, o sea, el hermano de la mujer de mi hermana Ann. Su nombre era PatrickMcDonelli, y era de Dundalk, tenía veintitrés años, era pelirrojo natural y delgado como un papel. Era conocido por todos como “el Sangres”. Éste se había quedado solo por navidad y solamente me tenía a mí en la ciudad.

Pusimos la televisión, apareció el presidente del Gobierno que estaba dando el discurso de Nochebuena. A un lado de la pantalla se veía un mapa del país de donde brotaban pequeñas bolitas rojas. Pronto cambiaron el discurso por una retransmisión en directo desde el Ayuntamiento. Al lado del Alcalde estaban dos chicos con gafas y papeles en mano. Resumiendo, nos contó que había bastante actividad volcánica bajo nuestros pies. ¡Menuda novedad!

Sí, sé que todavía no he hablado de esta ciudad tan bonita pero tan peligrosa. Esta gran urbe se llama Ciudad Central, está en un país llamado Terra Da Lume que en gallego significa Tierra de Fuego. Seguro que pensareis “¿dónde demonios está eso?” Sí, a eso voy ahora. Terra Da Lume está en el Sexto Continente llamado Gorm Domhan, o sea, “Tierra Azul” en irlandés. Es un continente a cien kilómetros de la costa japonesa y está debajo de la península de Kamchatka. La ciudad se divide en dos mitades, la zona norte —que está fuera del agua— en la que viven cerca de dos millones de personas, y la zona sur —una isla al estilo de Manhattan— que tiene un millón doscientos mil habitantes.

En la zona norte destaca un barrio en el que se come de muerte: Little Spain, un barrio precioso que, por desgracias de la vida, sigue creciendo por culpa de la crisis económica que está barriendo Europa. En esta zona es donde se hallan los mejores cines, teatros y restaurantes de la ciudad. En la parte sur sólo hay dos barrios masivamente poblados llamados Little Italy e Irish Port. En el primero vive toda la población procedente de Italia y en el segundo vivimos los irlandeses —del norte y del sur—. Algunos de los edificios de Irish Port quedan a escasos metros del mar.

El Norte está rodeado de montañas en las que la nieve se empieza a derretir a finales de mayo y toda la gente se maravilla cuando pone los pies en el suelo, en verano ardiente por culpa de los volcanes subterráneos. Tiene un clima inexplicable, por la mañana nos podemos despertar con un sol espectacular pero por la tarde tenemos que abrir los paraguas, o en invierno nieva al nivel del mar.

Como habéis leído tenemos un volcán bajo nuestros pies que, junto a la placa de Japón y el cinturón de fuego del Pacífico, nos tiene temblando todo el día. Una vez, tembló desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche ininterrumpidamente. Era una especie de paraíso sísmico, un tesoro para los geólogos y tres veces más sísmico que Japón o Chile, y ya es decir. O te acostumbras o mueres de un infarto el primer día.

A las nueve y media los chicos se sentaron a la mesa mientras yo calentaba el marisco. Les serví los entremeses y cuando volví a la mesa con el resto de la cena habían tenido la decencia de esperarme, no habían tocado ni un trozo de jamón.

En la cena hubo risas y cantamos villancicos. Nos bebimos dos botellas de cava español que había traído Getxa. Acabamos con el postre y nos pusimos a cantar en el karaoke que tenía guardado en el trastero. Todavía no estábamos borrachos, así que cogimos un par de Guinness y seguimos cantando hasta bien entrada la medianoche. Después del karaoke nos fuimos a mi habitación a jugar a la Wii; con todo lo que saltábamos pensé que se partiría el suelo, pero no fue precisamente eso lo que se partió.

Una y cuarto de la noche y nosotros todavía seguíamos jugando. Oímos una especie de rugido a lo lejos. Pronto volvimos a la calma y seguimos jugando pero justo cuando volvió a saltar el vasco se fue la luz, y nos cagamos en todo.

— ¿Qué coño está pasando en este puto barrio hoy? —comenté enfadado.

Nuestros móviles sonaron al unísono, otro gran rugido sonó, esta vez bajo nuestros pies y nos levantamos del susto, como impulsados por un muelle. Un potente chirrido penetró en nuestros oídos y el perro del vecino ladró como si estuviera poseído por un demonio que sólo él podía ver. Getxa se puso nervioso y empezó a respirar fuertemente mirando la pantalla de su móvil con los ojos como platos.

—No pasa nada, volverá la luz enseguida. —Intenté calmarle sin éxito.
—Cierra el puto pico y mira el móvil. —Contestó con los ojos clavados en el teléfono.

Lo cogí de la cama y miré la alerta. Al ver nuestras caras, Patrick se puso tenso.

— ¿Qué demonios pasa? Me he olvidado el maldito móvil en casa.
—Dios, vámonos. —Dije casi sin aliento.

Estando de pie sentimos una vibración debajo de nosotros y todo se movió hacia la izquierda, la televisión titubeó y estuvo a punto de caer pero, gracias a otra sacudida, esta vez hacia la derecha, la puso en su sitio. Al salir al pasillo oí mucho jaleo en la cocina, toda la cristalería estaba cayendo al suelo estrepitosamente.

Era un caso de los de “vamos a morir todos”. Corrimos por el salón sorteando las cosas que caían. Al cerrar la puerta pude oír como el gran armario que contenía la televisión había caído al suelo regando todo de deuvedés, cedés y libros.

Un gran temblor casi nos hizo caer por las escaleras, mientras la gente salía de sus pisos con sus mejores trajes de gala y algunos llorando del miedo. El terremoto paró un momento para volver más fuerte, así que bajamos más rápido. Cuando llegamos al sexto piso el bicho cesó para siempre, pero seguimos bajando hasta llegar al parque que teníamos al lado. Miré el móvil una vez más.

El mensaje de advertencia rezaba: siete con cinco.


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Cristiona O'Hara

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Registrado: Dom, 23 Feb 2014, 01:30:09
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